Un padre que siempre ha estado, y está, a nuestro lado.
Hace ya diez años que nuestro padre no está con nosotros. Pero su espíritu y su obra, su ejemplo como emprendedor, como empresario, como hombre de bien y como padre siguen tan presentes en nuestra memoria y en nuestros corazones, en nuestro trabajo y en nuestra familia, que es como si no se hubiera ido; como si permaneciera a nuestro lado, cada día; aconsejándonos, apoyándonos, enseñándonos, animándonos a seguir soñando, guiándonos por el buen camino. Diez años después, él sigue siendo nuestro padre y maestro. Para nosotros, sin duda ese fue su mejor legado, mucho más valioso que el éxito corporativo o profesional.
Su referencia, sus valores están siempre ahí, presentes y frescos. Los utilizamos a diario, en conferencias, en negociaciones, en presentaciones; nos inspira y nos ayuda, nos da fuerza y confianza. Una referencia que no solo está presente para nosotros o nuestra familia, también para el Grupo. Si decidimos colocar una imagen de “el Jefe” en cada fábrica y en cada sede es, precisamente, porque los valores de la compañía están ahí, se resumen en esa figura, en esa expresión tan sólida y humana a un tiempo, en esa mirada todo fortaleza y determinación.
Su historia es la de un hombre que no temió arriesgar para alcanzar sus sueños, que no retrocedió ante muros a priori infranqueables, que no se desvió un ápice de sus principios y sus valores. La historia de un empresario de éxito, sí; pero sobre todo de un trabajador, que es lo que Francisco Riberas fue durante toda su vida, desde los trece hasta los setenta y ocho años. Un trabajador inagotable, exigente, voluntarioso, honesto, inconformista. Y valiente, que es precisamente lo que distingue al empresario, su valor diferencial. Un hombre hecho a sí mismo que nunca dejó de pelearse con la vida, como trabajador y como empresario.
Citando a sir Winston Churchill, cuyo sentido común nunca se rindió ante lo políticamente correcto, «Muchos miran al empresario como el lobo que hay que abatir; otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar; pero muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro». Esta es, desde luego, una acertada definición y una justa reivindicación de la figura del empresario, tan denostada, tan incomprendida. Es exactamente así como nosotros conocimos y vivimos, desde muy pequeños, la figura de nuestro padre. Un caballo noble y fuerte, tirando de un carro cargado de sueños y de dificultades, de jornadas interminables y de responsabilidades, de esfuerzo y de oportunidades que nunca desperdició; o que él mismo creó. Un carro cargado también de éxito. Un éxito merecido que sin embargo nunca se le subió a la cabeza, que no le impidió seguir tirando del carro año tras año, década tras década hasta su retiro definitivo, forzado por la edad y la salud.
Él nos supo transmitir el valor y la responsabilidad que implicaba esa carga. Nos explicó que la nuestra sería una vida de esfuerzo y entrega total a la empresa, y nos enseñó a desearla, a agradecerla y a sobrellevarla. Como si siguiera el dictado de Louis Pasteur: «No evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas». Él nos legó todo su conocimiento empresarial y humano, nos dio las herramientas y nos marcó el camino. Nos enseñóa mirar alto, siempre hacia delante, sin miedo, sin límites prefijados.
Y, por encima de todo, nos confió sus valores éticos; la honestidad, la generosidad, la humildad, el esfuerzo, el mérito, el inconformismo, la pasión; el pensamiento siempre puesto en los demás, la permanente responsabilidad por nuestra gente, por la sociedad, por el planeta que dejaremos en herencia a nuestros hijos. Esa es la filosofía que nos ha guiado desde que entramos en la empresa familiar y que hemos tratado de seguir con la mejor voluntad: ser un grupo industrial que crea valor a largo plazo, con unos principios basados en el legado que nos transmitió nuestro padre.
Él ya no está con nosotros, pero nos ha dejado sus valores; valores que son la base de la cultura corporativa de Gonvarri/Gestamp, de todo lo que sabemos hacer. Estamos hablando del valor del trabajo bien hecho, de la confianza ante nuestros clientes, de la honradez y de la gratitud; estamos hablando de la responsabilidad ante nuestra gente y también ante la sociedad en general, que es el motivo último que nos ha impulsado a escribir estas líneas y compartir ese valioso legado con toda la familia Gonvarri/Gestamp —una gran familia que supera ya las cincuenta mil personas— y con toda la sociedad, especialmente con las nuevas generaciones. Ellos son el futuro, y en nuestras manos está decidir qué legado, qué valores, qué enseñanzas queremos dejarles.
Paco y Jon Riberas Mera
Las dificultades preparan a los hombres para destinos extraordinarios, nos dijo el escritor británico C. S. Lewis. Y en el caso del fundador de Gonvarri, esta afirmación no puede ser más cierta. Francisco Riberas Pampliega no fue a la universidad, ni siquiera pudo terminar sus estudios de secundaria; no hablaba ningún idioma extranjero ni procedía de una familia adinerada; tampoco tenía experiencia empresarial alguna cuando montó su primer negocio, en una época y un entorno no precisamente propicios para triunfar. Lo que sí tenía Riberas era una enorme fuerza de voluntad, una capacidad ilimitada de entrega –a su trabajo y a los demás- y una inteligencia fuera de lo común; y también unos valores férreos que marcaron su trayectoria vital y empresarial a lo largo de toda su vida. La familia, la generosidad, el coraje, el tesón, la humildad, la honestidad, el deseo inagotable de aprender, la pasión por su trabajo, su inabarcable humanidad.
Todo ello hizo de Francisco Riberas un empresario extraordinario e irrepetible, que le dio la vuelta a su destino y se empeñó en triunfar en un mundo que, a priori, le negaba toda posibilidad. Pero el destino no contaba con la tozudez, la ilusión y la valentía de Riberas, no conocía su talento creador ni su infinito espíritu de sacrificio. No sabía que su motor era, precisamente, su permanente inconformismo.
Y el destino finalmente se vio obligado a ceder, abriéndole el camino hacia el éxito más rotundo. Un éxito trabajado día tras día, minuto a minuto, desde que Riberas tenía apenas 13 años.
«Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad o la energía atómica: la voluntad », una verdad sin paliativos que el propio Albert Einstein habría dedicado a Francisco Riberas en caso de haberle conocido. En un mundo rebosante de oportunidades y facilidades como el actual -tiempos de globalización, tecnología y formación sin límites- es difícil entender el contexto en el que Riberas creó de la nada uno de los mayores grupos empresariales de Europa.
Porque la “nada” de la posguerra española se encuentra a años luz de la “nada” de la España de hoy. La de entonces era un cero casi absoluto. Literalmente. Y ahora, que tan de moda está el término “emprendedor”, conviene recordar que hubo en aquella época una raza de emprendedores que hoy sería muy difícil encontrar. Hechos de otra pasta. Duros. Tenaces. Inagotables. Héroes de carne, hueso y sudor. Auténticos Quijotes enfrentándose, sin lanza ni armadura, a los gigantes de la miseria y la falta total de recursos, de ayudas o de subvenciones. Y también auténticos creadores, según la primera acepción del término: «Producir algo de la nada». La perfecta definición de Empresario, con mayúscula, ese término hoy tan injustamente denostado, que es sinónimo de valiente, dinámico, comprometido, honesto, trabajador, sacrificado…
Riberas fue, sin duda, uno de aquellos Quijotes creadores de empresas que dio la posguerra española. Y uno de sus máximos exponentes, teniendo en cuenta la distancia entre su punto de partida y el de llegada. De extremo a extremo de la tabla. De la nada al éxito más rotundo. Francisco Riberas, como Leonardo Da Vinci, era hombre de muchas almas. Un ser inquieto, con tantos y tan diferentes talentos (sociales, empresariales, culturales, humanos…); y una personalidad desde luego nada unidimensional, sino más bien compleja y con muchas vertientes. Con una gran capacidad de ilusionarse e ilusionar a los demás, que es la esencia del liderazgo. Y una mente siempre abierta a todo cuanto le rodeaba, que suplió su escasa formación escolar con una permanente predisposición a aprender. Desde muy joven, apenas un niño, le plantó cara a la vida y se enfrentó a ella con una madurez, un temple y un coraje fuera de lo común. Y una solidez moral a toda prueba. Su profunda humanidad, su carácter sensible, cordial y generoso, forjaron en su entorno un prestigio sin fisuras. Pero también fue apreciado como empresario duro, sólido y negociador temible. Supo rodearse de un equipo creado a su imagen y semejanza, de hombres comprometidos, trabajadores y leales; hechos a sí mismos, como él. Y supo asimismo forjar a sus hijos, casi desde niños, con el objetivo -el sueño de dar continuidad a su legado. Ellos, Paco y Jon, tomaron el testigo con ilusión y responsabilidad y han llevado al grupo empresarial que creó su padre a lo más alto, dentro y fuera de nuestras fronteras. Número uno en España y de los primeros de Europa en la industria transformadora del acero y de la estampación de componentes para el automóvil; además de otras actividades relacionadas con la seguridad vial, las energías renovables, la industria o la logística.
No es frecuente encontrar empresarios que hayan forjado un imperio de una forma tan personal y partiendo desde tan abajo (desde la adversidad, que fue su escuela y su espuela). Una odisea en toda regla, a la altura de grandes empresarios y creadores españoles como Ramón Areces o Amancio Ortega, a quienes Francisco Riberas admiraba sinceramente. Y, sin embargo, ha sido un personaje prácticamente desconocido en su propio país, a pesar de haber llevado con orgullo la marca España a cuatro continentes, de haber generado riqueza en países avanzados y en vías de desarrollo y de dar trabajo a decenas de miles de personas.
La historia de Francisco Riberas es una epopeya que rebasa los límites que la vida o el destino le habían marcado. Desde los lejanos días de la posguerra en un barrio periférico de Madrid, años de carencias y miedos, hasta los años de éxito empresarial y la creación de una de las compañías más importantes del mundo en su sector. Y es también una impagable lección de emprendimiento que supera cualquier MBA de prestigio. Y aun así, manteniendo sus raíces eminentemente familiares y fiel a los valores empresariales y humanistas de su fundador, que la han definido desde su nacimiento.
La historia de Gonvarri es la historia de Francisco Riberas. La historia de seis décadas de trabajo duro y sin descanso, de pasión y dedicación plena; la historia de una vida sin tregua recorriendo un camino plagado de renuncias, esfuerzo y tesón, y también de amor por su familia y por su profesión. La historia de un éxito que aún no ha llegado a su destino, que sigue disfrutando del viaje.
Hoy, la compañía que fundó Francisco Riberas en 1958 tiene el respeto de los siderúrgicos de todo el mundo. Un gigante empresarial que mantiene sin embargo sus raíces y su espíritu de empresa familiar. Un factor que le permite seguir siendo una compañía atípica en casi todo: en el horario, en el modo de trabajar, en la formación y promoción del personal, en su profunda involucración en la RSC, en su ética empresarial. Y, sobre todo, en los valores de su fundador, que son su más preciado legado.
Este legado fundacional que nos dejó Francisco Riberas, estos valores éticos y empresariales que marcaron el camino de Gonvarri desde sus inicios, son los que inspiraron también la creación de Emotional Driving hace cinco años. Un gran proyecto de formación, concienciación y acción que siempre ha tenido presente el propósito de la compañía: Doing Well by Doing Good. Solo actuando bien se consigue hacer las cosas bien; creyendo en lo que se hace, obrando con honestidad y con coherencia. Y en el caso de Emotional Driving, actuar bien significa una sola cosa: salvar vidas en la carretera. Este y no otro es el fin último del programa. Y, a tenor de los resultados logrados en estos cinco años, podemos decir con orgullo que vamos por buen camino, pero somos conscientes de que todavía nos queda mucho por recorrer y muchas vidas que salvar.
Emotional Driving es también una muestra más de la coherencia de Gonvarri como empresa comprometida con su gente y con la sociedad. Un modelo de negocio coherente y comprometido, que parte de ese propósito inspirado por el fundador —Doing Well by Doing Good—; que se desarrolla en un territorio muy nuestro, la Seguridad Vial, a través de un relato diferencial, único y propio basado en la motivación positiva (el programa Emotional Driving); que busca aportar su granito de arena a los Objetivos de Desarrollo Sostenible promulgados por Naciones Unidas; y que, con la colaboración inestimable de asociaciones y empresas igualmente comprometidas, llega por diferentes vías y de manera convincente y eficaz a todos los grupos objetivo de la seguridad vial: desde los empleados de Gonvarri (Nuestros conductores) hasta los jóvenes (Futuros conductores), pasando por los niños, como conciencia de sus padres (Conductores motivados), los profesionales del transporte o los colectivos con discapacidad intelectual. Toda la cadena de valor. Y toda una cadena de valores, enlazados unos con otros en acciones concretas que tienen un foco común, las personas, y una clara prioridad: alcanzar el “Objetivo Cero” (cero víctimas mortales). Una meta alcanzable, pero solo si todos —empresas, profesionales, asociaciones, administraciones públicas y sociedad civil— empujamos en la misma dirección.
El viaje de Emotional Driving comenzó hace cinco años, tiempo en el que hemos recorrido ya un buen tramo del trayecto. Y aunque aún nos queda un largo camino por delante, contamos con una enorme ventaja: un punto de partida inmejorable, un equipo de conductores verdaderamente motivados e ilusionados y la inspiración permanente de los valores y principios de Francisco Riberas.
El legado
del Fundador
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